Muchas veces se habla de los “entornos cambiantes” con connotaciones muy negativas, como si se tratase de alguna mala noticia que viene en camino. Pero los cambios no sólo son buenos, sino que también forman parte de nuestra naturaleza creativa -porque sí, todos somos creativos a nuestra manera-. Lo que no parece positivo o natural es la perenne sensación de incertidumbre sobre el futuro, que las empresas tratan de sobrellevar con proyección económicas y encuestas de opinión.
Estas fuentes de información son muy útiles, pero una de las claves de las empresas más exitosas de nuestro siglo no ha sido esperar a ser sorprendidos por el futuro, sino llegar a él de manera proactiva y colaborativa. Estas empresas, o para ser más específicos, las personas que dan vida sus equipos y aspiraciones deben tener la capacidad de comprender el entorno y adaptarse a los cambios progresivos que van surgiendo.
Hablamos, pues, de cambios constantes y no transformaciones disruptivas. Por ejemplo, cuando hablamos de los equipos de Legal y Compliance, implica las próximas legislaciones a aprobar; en los equipos de producto, sobre el análisis de nuevas tendencias en el mercado; o en los equipos de IT, en cuanto a las nuevas tecnologías que suponen una actualización o cambio de los sistemas pre-existentes.
Y tales cambios requieren de flexibilidad -mental, estructural, y otros- Esto se ha traducido en una filosofía y diversos marcos de trabajo que intentan aplicar esta flexibilidad para ser considerados ágiles. Así que hemos llegado a la pregunta del millón…
¿Qué es la agilidad?
No se trata de la rapidez -como cuando se habla de la agilidad de un corredor-, sino de una habilidad de gestión que otorga relevancia al enfoque y las formas en el que algo se desarrolla -como el futbolista que corre mientras le roba el balón al rival-. Hay metodologías que le han otorgado un nombre a esas formas y las han dotado de unos pasos fáciles de seguir para hacer posible esa rapidez de resultados que todos deseamos conseguir, como “Scrum” o “Design Thinking”, pero la agilidad es realmente un cambio en nuestra manera de entender y hacer las cosas.
El cambio en el entorno laboral
Es por eso que, según McKinsey & Company, aunque un 82% de sus empresas encuestadas han realizado un rediseño ágil, sólo un 23% ha logrado implementarlo con éxito. Como no es un cambio en las tecnologías, sino esencialmente un cambio en las personas, nos topamos con una realidad que puede ser incómoda: no a todos les gusta cambiar y por lo general muchos se sienten más cómodos haciendo las cosas como de costumbre desde hace 5, 10 o 20 años.
La agilidad es necesariamente transparente, para que los equipos se comuniquen directa y efectivamente entre sí, e implica la entrega continua de valor para que el tiempo invertido en desarrollar algo se optimice a través de pruebas con clientes o proveedores.
La agilidad implica humildad para reconocer que no lo sabemos todo, honestidad para admitir que a veces las cosas no nos salen bien, y disciplina para mantener el enfoque se haya construido, validado y decidido. Ninguna de estas tres características son fáciles de desarrollar, pues implementar un enfoque ágil está muy lejos de ser una trivialidad, sin embargo, han sido la clave para gerenciar los cambios, sean grandes -como los organizacionales- o pequeños -aplicados a proyectos concretos-.
Las metodologías ágiles pueden ser una herramienta poderosa para la planificación y sostenibilidad empresarial, pero su adopción debe considerarse cuidadosamente. La flexibilidad, la mejora en la comunicación y la entrega continua de valor son ventajas significativas, pero el cambio cultural y la complejidad de implementación pueden ser desafíos a superar.
La clave está en encontrar un equilibrio que se adapte a la cultura y las necesidades de la empresa con una orientación adecuada y el deseo de prosperar en un mundo empresarial en constante evolución.
