La fragilidad de los supuestos 

Por: Paula Macía

Lo que las empresas creían tener controlado… y no. 

El 11 de noviembre República Dominicana vivió un apagón que dejó en evidencia lo dependientes que somos de sistemas que, en teoría, “siempre deberían funcionar”. No es un caso aislado, a finales de abril, España y Portugal atravesaron una interrupción eléctrica que paralizó aeropuertos, trenes e infraestructuras críticas en cuestión de minutos. 

Eventos así tienen algo en común, más allá de su impacto operativo inmediato: desnudan los supuestos invisibles sobre los que construimos (a veces sin darnos cuenta) operaciones, comunicaciones y decisiones estratégicas. 

En el día a día, las organizaciones operan sobre una red de certezas tácitas: siempre habrá energía, siempre tendremos canales para comunicarnos, el equipo sabrá qué hacer si algo pasa, nuestros procesos están preparados, la reputación no se ve afectada por algo que no causamos nosotros… etc. 

El inconveniente es que estos supuestos solo funcionan cuando todo funciona. 
Y es precisamente en la interrupción (no en la normalidad) cuando descubrimos lo mucho que dependemos de ellos. 

En ese sentido, el apagón funcionó como una especie de auditoría involuntaria: un recordatorio de que cualquier organización, incluso sin enfrentar un impacto directo, puede ver expuestas fragilidades que normalmente permanecen invisibles. 

Cuando la luz se apagó, también lo hicieron certezas que damos por descontadas en la rutina. Situaciones como esta pueden exponer que la fuerte dependencia de algunas organizaciones a plataformas digitales puede dejarlas sin canales efectivos para coordinarse; que no todos los equipos tienen la autonomía ni el criterio necesario para actuar cuando las estructuras habituales dejan de estar disponibles; que algunos procesos, supuestamente sólidos, se detienen ante una interrupción externa; y que, aun sin ser responsables del evento, las empresas se enfrentan igualmente a la necesidad de orientar, informar y tranquilizar a sus audiencias. En momentos así, el silencio o la improvisación suelen pesar más de lo que parece. 

Situaciones como esta recuerdan a las organizaciones la importancia de revisar con honestidad su propia arquitectura interna. 

Estos eventos obligan a revisar: 

  • los supuestos internos que damos por obvios, 
  • los procesos críticos que sostenemos “en automático”, 
  • los mecanismos de coordinación entre equipos, 
  • la capacidad de comunicar bajo presión, 
  • y el nivel real de preparación para escenarios imprevistos. 

En momentos de disrupción, la reputación, la cultura y la narrativa institucional se ponen a prueba no por lo que decimos que somos, sino por cómo actuamos cuando no tenemos todas las respuestas. Y es precisamente ahí donde la anticipación deja de ser un concepto aspiracional para convertirse en un indicador de madurez organizacional. 

El apagón en República Dominicana ya quedó atrás, pero la conversación que abrió no debería darse por cerrada. Las organizaciones más sólidas no son las que dependen de certezas, sino las que cuestionan sus propios supuestos antes de que el entorno los exponga. Porque en un mundo cada vez más interdependiente y vulnerable, una verdad se vuelve innegable: la resiliencia no se construye con todo bajo control, se construye entendiendo que no todo lo está. 


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