Organizaciones sólidas en un mundo líquido: la nueva frontera del riesgo

Por: Thony Da Silva Romero

Hablar de riesgos es muy común en nuestras organizaciones, sin embargo, no se trata solo enumerar amenazas conocidas, sino de entender que vivimos en un mundo donde los imprevistos mandan. Zygmunt Bauman lo definió bastante bien cuando habló de la “modernidad líquida”, estos tiempos en los que vivimos rodeados de estructuras frágiles, relaciones efímeras e incertidumbre como regla general. En este contexto, los riesgos también se vuelven “líquidos”, parecieran aparecer sin previo aviso, mutan con una velocidad extraordinaria, y desafían cualquier manual de manejo de crisis, esos que suelen colectar polvo y pocas personas (salvo los autores) se leen.

Los riesgos “líquidos” son descritos por algunos autores como “riesgos volátiles”, mismos que representan un amplio impacto y resultan de muy difícil anticipación. Esta no es una teoría lejana, basta ver cómo una noticia, amplificada por redes sociales, puede arruinar en minutos la reputación que costó mucho tiempo en ser construida.

Los detonantes son múltiples: cambio climático, terrorismo, migraciones, desconfianza, fragilidad institucional, desigualdad social, guerras en distintas geografías o catástrofes naturales, ninguno de estos actúa aisladamente, suelen interconectarse y pueden afectar a cualquier organización, en cualquier parte del mundo.

Esta realidad exige a las empresas mayor adaptabilidad y menos planes rígidos. La velocidad para decidir e implementar respuestas ya no es una ventaja, es una condición de supervivencia. Al mismo tiempo, supone la necesidad de elevar consciencia para comprender que no basta con “cumplir” hacia adentro, sino que las empresas deben asumir esa responsabilidad real que tienen con su entorno social. Involucrarse ya no es opcional, es una condición imperativa que requiere de estrategias claras para reducir riesgos y asegurar sostenibilidad.

La gestión de riesgos es una práctica continua, no un evento ocasional. Se busca con ello identificar, evaluar y mitigar factores de incertidumbre que puedan impactar los objetivos de nuestra organización. Durante años hablamos del entorno VUCA (volátil, incierto, cambiante y ambiguo), mismo que ha evolucionado a lo que el antropólogo Jamais Cascio propuso hace algunos años con el concepto B.A.N.I.: Brittel, Anxious, Nonlinear and Incomprehensible (Frágil, Ansioso, No lineal e Incomprensible). En este contexto, gestionar riesgos significa algo más que matrices y protocolos; significa dotarse de la sensibilidad necesaria para anticipar lo improbable.

Identificar riesgos implica conocer a fondo la organización, entender sus procesos, mapear sus relaciones y conocer sus operaciones. Para esto, las entrevistas, auditorías y revisión documental son muy útiles, sin embargo, lo más valioso suele surgir de talleres con equipos clave donde se puede profundizar en escenarios. Allí, la gente de primera línea traduce sus percepciones en aquello que los manuales no suelen mostrar: brechas, informalidades y señales tempranas.

Evaluar riesgos supone tratar de calcular su probabilidad e impacto. Para unos, la referencia de impacto estará expresada en costo; para otros, el tiempo de inactividad o el daño reputacional. Un mapa de calor bien elaborado prioriza lo urgente y orienta recursos escasos hacia lo que realmente amenaza los objetivos de la organización.

Los estándares como ISO 31000 o marcos propios de cada industria son útiles, no para engordar informes que usualmente luego pocas personas se leen, sino para confrontar capacidades reales frente a vulnerabilidades críticas. Priorizar riesgos es reconocer que no todo puede atenderse al mismo tiempo, y definir criterios claros y compartidos evita dilapidar recursos en amenazas menores, mientras se dejan desatendidas las que podrían escalar a situaciones mayores.

Todo riesgo que sea desatendido tendrá una mayor o menor probabilidad de evolucionar según sean las condiciones, recuerde que, como algunas patologías, los riegos pueden permanecer silentes durante años, y de pronto, con el detonante interno o externo correcto, puede pasar de potencial a emergente en cuestión de segundos. Lo esencial es contar con sistemas de control y alerta que nos permita actuar antes de que escale.

La mitigación de riesgos puede asumir formas diversas: prevención, transferencia, aceptación o reducción. En cualquier caso, la gestión no es estática, los riesgos se mueven y con ello el mapa también, por eso debe actualizarse con regularidad para que no pierda relevancia.

En un entorno “líquido”, la anticipación vale oro. Los sistemas de alerta temprana no son solo tecnología, es también cultura organizacional. Funciona bien cuando se involucran todos los niveles, generando confianza para reportar riesgos potenciales o latentes por parte de cualquier integrante de la organización y por los canales adecuados.

Una satisfactoria experiencia en mi ruta profesional ha sido trabajar con empresas locales y multinacionales en la instauración de un Sistema Integrado de Manejo de Crisis y Contingencias, un esfuerzo que se lleva a cabo para sensibilizar, capacitar, crear canales de reporte y diseñar un nodo inteligente, capaz de procesar información y anticipar situaciones. El resultado de tal inversión en prevención siempre costará menos, que el tamaño de la reacción necesaria ante una crisis desatada que atente contra la integridad de las personas o el negocio.

Gestionar riesgos en tiempos BANI no se trata de blindarse contra lo imposible, es aceptar que lo “líquido” nos rodea, que las certezas duran poco y que la mejor defensa es cultivar flexibilidad, agilidad y una responsabilidad extendida hacia la sociedad.

Al final del camino, los riesgos líquidos no solo amenazan la continuidad operativa y con ello la rentabilidad, sino que pone a prueba la resiliencia y la legitimidad de nuestras organizaciones. Usted puede empezar por: 1) Revisar su mapa de riesgos al menos una vez al año, 2) Instaurar un sistema de alerta temprana e su organización y 3) Sensibilizar y capacitar a su organización para crear una cultura de riesgos que fomente el reporte responsable. Adelantar estas iniciativas le permitirá a su organización, no solo leer mejor lo incierto, sino también ganar la confianza necesaria para construir un futuro más sostenible.


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