Cuando confiamos en alguien estamos eligiendo creer que cumplirá lo que nos ha prometido y que lo hará regido por unos principios de conducta con los que nos sentimos conformes. Es, de alguna manera, una apuesta, porque se trata de creer en la actuación futura del otro.
Sin embargo, los ciudadanos sienten que las instituciones tratan de engañarlos de alguna manera, ya sea con mentiras o exageraciones, como lo confirma el “Trust Barometer 2025” de Edelman, publicado recientemente.
Las consecuencias económicas y políticas de la pérdida de fe en los otros se propagan a toda la sociedad de manera alarmante. La desconfianza reduce el crecimiento y la innovación, según lo indica la edición “Confianza. La clave de la cohesión social y el crecimiento en América Latina y el Caribe”, del BID.
Esta merma de confianza, que se ha profundizado en los últimos años, alcanza prácticamente a todos los actores de la sociedad. Si bien este indicador también se ha deteriorado para las empresas, todavía son ellas las que despiertan mayor confianza, por encima de gobiernos, medios de comunicación y ONG.
El estudio “Reputación en Centroamérica 2024: El Valor de la Confianza”, hecho por Datos Group y PIZZOLANTE, también mostró esta tendencia a nivel regional, pues las empresas privadas inspiraron más confianza (44,1%) que el resto de las instituciones.
Compromisos
Más allá de generar los requeridos beneficios económicos, las personas esperan que las empresas cumplan un rol. De hecho, a los CEOs se les otorga una licencia para actuar sobre problemas sociales si sus acciones pueden mejorar el desempeño empresarial o tener un impacto positivo, según el reporte de Edelman. Así que, aun en medio de esta profunda crisis y de las restricciones que esta impone, la ciudadanía sigue creyendo que las empresas tienen un papel que desempeñar ante los desafíos sociales.
Una empresa que aspira a su sostenibilidad construye confianza con sus empleados, clientes, proveedores, inversores y la comunidad en general, y con ello tiene un terreno ganado al acumular un capital valiosísimo que no solo juega a favor de sus negocios, sino que le será clave ante la eventualidad de una crisis.
Pero eso solo es posible si esos grupos de interés realmente creen en su actuación, lo cual se edifica en el tiempo, ladrillo a ladrillo, a través de la comunicación transparente y una gestión socialmente responsable. Es decir, que para contar con ese capital de confianza la empresa debe tener una alineación total entre lo que hace, tanto puertas adentro como puertas afuera, y lo que dice y proyecta a la sociedad.
De lo micro a lo macro
Bien vale recordar al sociólogo Niklas Luhmann, conocido por sus teorías sobre los sistemas sociales y autor del libro “Confianza”, quien señaló: “Es más fácil transformar la confianza en desconfianza que la desconfianza en confianza”. Y muchos lo han aprendido con dolor.
En la actual coyuntura debemos ver esa afirmación como la invitación a no dejar de lado la ardua tarea de transformación para construir y reconstruir la confianza, que es una vía para erigir relaciones, promover la cooperación y los beneficios tanto a nivel individual como colectivo, ya que las exigencias de hoy en este sentido son altísimas.
Según el citado reporte del BID, “la inversión, la iniciativa empresarial y el empleo florecen cuando las empresas y el gobierno, los trabajadores y los empleadores, los bancos y prestatarios, así como los consumidores y productores confían unos en otros”.
Aunque puede lucir complejo ensamblar este andamiaje y más con los cambios geopolíticos actuales, la verdad es que la respuesta se encuentra en tratar de comenzar desde lo micro para impactar en lo macro con una mirada colectiva y transformadora.
Quienes desde una posición de liderazgo empresarial desestiman esta labor están perdiendo el foco en una inversión realmente estratégica no solo para su blindaje reputacional sino para el desarrollo, que se traduce en oportunidades y beneficios para sí, pero también para todos.
